RECORDAR O MENTIR: OFICIOS DE DIOS. ARTICULO EN www.letralia.com No. 193

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martes, 16 de octubre de 2007

EL CERRO DE LA VIEJA

German Rafael Burgos Pérez
Marisela Chona
Favio Alexis Cuéllar Buitrago

Hay una gran riqueza de mitos y leyendas en las poblaciones del Norte de
Santander; en el caso de Chinácota, la “Casa bonita”, el imaginario popular se
concentró en un lugar de su geografía: el cerro que desde el oriente vigila a la
población.

Misterioso por todo aquello que se dice que allí ocurrió, por su hermosura y dimensión. Su vista se expande hacia el oriente y encierra un mundo de magia y versiones desbordadas.

Entre los cuentos de don Guillermo, don Fernando, Solangel y otros más, sólo tres cosas se dicen en común: que es un cerro hermoso; que en días de fiestas, toros, pólvora y morteros llora y llora sin parar, tal vez para que la gente no moleste su tranquilidad; y que es de una vieja, una vieja de quien se habla siempre, llamada Margarita como la flor que nace hermosa y con el paso de los días languidece.

Entre tantas historias que se tejen alrededor del cerro está siempre presente este personaje: para unos amargada, solitaria, rica y tacaña; para otros generosa, buena y amable. Para los primeros, se volvió así cuando en un amanecer envió a su joven hija al pueblo para que vendiera la cosecha de su finca, sin saber lo fatal que sería para ellas ese día, pues al paso de las sandalias y el mover de las faldas de la primaveral niña, unos malhechores la siguieron y borraron con brutalidad su inocencia. Desesperada, la niña se quitó la vida, lanzándose a un lago cercano.

La vieja Margarita, al enterarse de lo sucedido y después de maldecir a estos hombres, se internó en su finca con el corazón desecho y resentido.

Pero hay en el mundo de las leyendas una versión con un desenlace menos sombrío: la niña invocó a la Virgen, cayó una fuerte tormenta; entonces los agresores se asustaron y huyeron.

La fama de generosa se la ganó un viernes santo. Un campesino de la región se aventuró a ir por las laderas del cerro, se perdió y a su paso encontró una humilde cabaña habitada por Margarita y su hija, quienes lo recibieron y antes de que arreciara una fuerte tormenta le indicaron por donde retomar su camino, no sin antes regalarle mazorcas y naranjas, habas, tomates para que llevara a su casa. Agradecido y elevando una oración, colocó a las mujeres en manos de Dios y emprendió su regreso; sin embargo, el descenso le cansó mucho más. No entendía por qué. Más tarde lo sabría: al descargar la mochila en su casa, vio cómo mazorcas, naranjas y verduras habían tomado el color y la consistencia del oro. Así que se volvió muy rico y dicen que se marchó del pueblo.

La leyenda promete que quien suba el viernes santo al cerro, tal vez encuentre a la vieja y regrese con frutas de oro.

La leyenda tiene vida

No falta en el pueblo quien relacione a la vieja con un personaje actual; otros lo ubican en el tiempo de la colonia. Así que la historia verdaderamente ha cobrado vida en la imaginación de los habitantes de Chinácota, y a ella se acercan a otros seres que forman parte de la cultura popular.
Aparece, por ejemplo, una laguna encantada, donde se ve una gallina con pollitos de oro. La casa supuestamente está –o estaba–­­­ en una laguna. Ni casa ni laguna se pueden ver ahora, porque pertenecen al mundo de la leyenda. Lo mismo sucede con la cueva, donde ella pidió ser enterrada. Todos son lugares borrados del mapa de la memoria, que resurgen, sin embargo, en los relatos de los abuelos.

Relacionada con la vida y costumbres de los lugareños, no puede dejar de aparecer dentro de los animales fabulosos un toro. Una vez se les escapó un toro a la vieja, los peseros lo atraparon y ella les permitió quedarse con él con una condición: amarrarlo con cabuya. No le hicieron caso, lo amarraron con un lazo muy grueso para que no se les escapara. Al rato fueron a buscar el toro y había desaparecido. Acerca de los toros, sin embargo, se oye decir que Margarita odia las corridas, porque en una ocasión no dejaron entrar a su esposo a un espectáculo.

Se duda, incluso, de que la vieja haya tenido una hija. Sería, entonces, la misma vieja quien fue víctima de abuso en su adolescencia. En la mente de algunos aparece como vieja; en la de otras personas, no han pasado los años para ella. Si alguien pregunta quién está en el monumento, todos dirán que la vieja; no obstante, al caminar unos minutos hasta la estatua, se verá el rostro de una mujer joven, que a su vez cobró vida en el transcurso entre la mente y las manos de su escultor. En la base puede leerse en metal, bajo el título “LA LEYENDA”:


“Por la época de la colonia, en el valle de los chitareros vivía una joven humilde que los lugareños conocían por su generosidad, religiosidad y especiales virtudes además de una singular y extraordinaria belleza. En la parte más alta del cerro tenía su bohío circundado de flores, frutales y admirables sementeras, productos que bajaba al mercado todos los domingos. Una tarde después de asistir a misa y de regreso a su morada se produjo un milagro. Al invocar a la Virgen María en su desespero por zafarse de 3 rufianes que intentaban mancillar su honor, se desató un torrencial aguacero que provocó el pánico y la huida de sus agresores.

Pasaron los años y llegó a la vejez.

Su muerte constituyó duelo en la comarca y desde esa época la alta cumbre se llama el ‘Cerro de la Vieja’ en memoria de Margarita, su incomparable desaparecida. Mayo de 2005.”

Así habita la vieja en las palabras y en el cerro imponente. Quien venga a la “Casa bonita” de Norte de Santander y se detenga en su parque principal lo ha de ver; en época de ferias verá también sus lágrimas. Si es más osado y en sus pastos descansa, podrá apreciar el majestuoso espectáculo del fenómeno natural único en Colombia: el Faro del Catatumbo, que desde la selva de los indios Motilón-Barí mantiene iluminado el cielo nocturno.

Los domingos, confundida entre las mujeres que vienen a hacer el mercado, quien no haya perdido su sensibilidad y capacidad de asombro podrá ver a Margarita con su canasta de frutos de esta tierra, sembrados y cosechados por sus manos de campesina. Ese es, sin duda, su más preciado tesoro.

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